Desde que llegué a Helsinki vivo embelesada con sus condiciones climáticas por muchos motivos: apenas llueve, la nieve es hermosa (sobre todo siendo un país preparado para ello), el frío se lleva bien teniendo un hogar cálido en el que buscar refugio y, sobre todo, porque los días nublados no me dejan plof (todavía me pregunto el porqué).
Lo cierto es que lo que está ocurriendo desde hace un par de semanas se lleva la palma. Mañanas azules más típicas de la primavera sevillana y tardes nubladas que más bien recuerdan a ambientes de películas tipo Sherlock Holmes (ahora que está en el "candelabro"). Y eso no es todo. A partir de mediodía se empieza a nublar y, a partir de las 7 de la tarde, de noche ya, empieza a nevar. Es fascinante.
Un día, y otro, y otro...
Y ahí van un par de apreciaciones que acontecen a la parte objetiva de la historia.
Es impresionante la velocidad a la que se mueve el sol. El hecho de bastarle conquistar el cielo desde su mitad, hace que su movimiento sea mejor percibido. Inunda con su luz mi dormitorio a eso de las 11 y media y una hora después ya ha desaparecido. Creo que, estando sola en casa, es el momento más hermoso. Lo malo es que al irse deja una sensación de "nube anteponiéndose" que siempre desaparece al asomarme a la ventana.
Por otro lado está la nieve que, discreta, aparece cuando la luz brilla por su ausencia. A esa hora ya solemos estar los dos en casa. Y si llover mientras te arropas con la manta camilla es uno de los mejores placeres "made in Andalucía", taparse con una manta mientras ves nevar a través de la ventana os lo podeis imaginar...
Lo único malo, porque siempre tiene que haber una parte mala, es que todo esto coincide con la época del deshielo. Si quieres resbalarte y partirte la cabeza: ¡éste es tu momento!. Los tejados desprenden goterones continuamente, descubres que la calzada no está realmente al mismo nivel que las aceras, pequeñas finas capas de hielo que ceden a tu paso con la consiguiente inmersión de tu pie hasta la altura del tobillo... En fin, nada que no se pueda solucionar yendo bien equipados. Y si algo no nos falta aquí, eso es la colección otoño-invierno-primavera (que en Helsinki, pal caso, es más o menos, la misma).
El calor está llegando, ya no preguntamos "¿sobre o bajo cero?" y, eso, se nota.
miércoles, 24 de marzo de 2010
miércoles, 17 de marzo de 2010
Y con esto y un bizcocho, los miércoles en la sauna a las ocho
Imagino que ya es conocida por todos la afición que tienen estos finlandeses a la sauna. Cualquier excusa es buena para pasar en una de ellas un buen rato, normalmente con una cerveza bien fría en la mano: una reunión de trabajo, unas risas con los amigos, pasar tiempo con la familia o, simplemente, para evadirse de un largo día. Tanto es así que en casi todas las casas ahí una. Nosotros no hemos tenido tanta suerte (no pidamos peras al olmo), pero sí contamos con una en la comunidad en la que tenemos hora una vez por semana, cada miércoles, de ocho a nueve de la tarde. Y ahí estamos, Dani y yo, cada miércoles, como un reloj.
A mí me gusta sacarle a todo el lado bueno, y al hecho de no tener una sauna particular le veo, principalmente, dos cosas positivas: un ahorro de luz considerable y el tener una actividad programada que conlleva una cierta rutina semanal.
Todavía me acuerdo el primer día, cuando llegamos allí y no sabíamos muy bien qué hacer. Es una tontería, todo el mundo ha estado alguna vez en una sauna, ya las hay en todos los gimnasios, pero no, no es lo mismo. La sauna finlandesa. Esta gente tiene adoración por esta práctica y seguro que hay unos pasos marcados de obligado cumplimiento que van pasando de generación en generación. Y nosotros allí plantados, sin instrucciones. Ahora ya tenemos casi controlada la situación. Desconocemos si aplicamos todo el protocolo de actuación pero la sauna, la sauna aquí, se merece todo nuestro respeto y máxima dedicación.
El próximo paso será restregarnos sobre la nieve o meternos un bañito en aguas gélidas entre sauna y sauna. Pero eso, aún está por ver.
El caso es que estamos encantados y empieza a sabernos a poco.
A mí me gusta sacarle a todo el lado bueno, y al hecho de no tener una sauna particular le veo, principalmente, dos cosas positivas: un ahorro de luz considerable y el tener una actividad programada que conlleva una cierta rutina semanal.
Todavía me acuerdo el primer día, cuando llegamos allí y no sabíamos muy bien qué hacer. Es una tontería, todo el mundo ha estado alguna vez en una sauna, ya las hay en todos los gimnasios, pero no, no es lo mismo. La sauna finlandesa. Esta gente tiene adoración por esta práctica y seguro que hay unos pasos marcados de obligado cumplimiento que van pasando de generación en generación. Y nosotros allí plantados, sin instrucciones. Ahora ya tenemos casi controlada la situación. Desconocemos si aplicamos todo el protocolo de actuación pero la sauna, la sauna aquí, se merece todo nuestro respeto y máxima dedicación.
El próximo paso será restregarnos sobre la nieve o meternos un bañito en aguas gélidas entre sauna y sauna. Pero eso, aún está por ver.
El caso es que estamos encantados y empieza a sabernos a poco.
lunes, 15 de marzo de 2010
Fin de semana en Levi con cumpleaños muy, muy feliz
El pasado sábado fue el cumpleaños de Dani o, lo que es lo mismo, la excusa perfecta para irnos de fin de semana a Levi, a unos 1.000 kilómetros al norte de Helsinki.
Unos conocidos nos habían dicho que no podíamos dejar de ir allí. Nosotros, tentados por la necesidad de vivir aventuras de invierno laponas, nos encajamos allí el pasado viernes. Ha sido espectacular. Para mí, la ruta de 8 horas en moto de nieve se lleva la palma pero no se queda atrás el paseo en trineo tirado por huskys, el haber visto una tímida Aurora Polar verdosa, el conocer a un Chamán o el integrarnos en la vida nocturna de un parque temático con sabor rancio, en la que no han faltado conciertos "a lo Medina Azahara" y karaokes.
El viaje comenzó el viernes. Llegamos al aeropuerto de Kittilä, a unos 20 minutos de Levi. En realidad, Levi es una montaña, considerada la mejor estación de esquí de Finlandia, que se encuentra en Syrkka, un pequeño resort turístico dónde hemos pasado un par de días. Esa tarde dimos un paseo para inspeccionar los aledaños de algo que se me antoja parecido a Sierra Nevada y que en verano tiene que ser algo así como Matalascañas en invierno. Nuestro apartamento, que no puedo dejar de contar que se llamaba Moonlight (ahí queda...), estaba a escasos metros de una de las bajadas de la enorme estación de esquí de Levi. He leído en algún sitio que tiene capacidad para 25.000 personas cada hora, ahí es nada. Allí nos topamos con críos dando saltos de campana antre nuestros atónitas miradas. Justo enfrente de estas pistas nos paramos ante un after-sky, que no es otra cosa que gente cantando al unísono, dándolo todo encima de las mesas y bebiendo como si fuese a acabarse el mundo, de manos de un disjokey entregado a la causa, al aire libre (un aire de -10ºC) y perfectamente uniformados con vestimentas de haber -o de como si hubiesen- esquiado.
Por la noche fuímos a cenar a un restaurante típico lapón, con su fogata encendida manteniendo caliente la comida que nos íbamos sirviendo a modo de buffet: carne y costillas de reno y más carne y chorizo y salchichas y más carne y algo de puré de patatas para acompañar y más carne... Vamos, algo muy digestivo para una noche que no había hecho nada más que empezar. Como era de esperar, el concierto de pop-rock meloso por el que pagamos 19 euros y el karaoke, con una media de edad de unos 120 años, se nos atragantó.
El día siguiente nos esperaba con el alquiler de motos de nieve durante seis horas que al final resultaron ser 8, entre el almuerzo con un Chamán y paradas en lo alto de una montaña con vistas de vértigo. Y es que lo emocionante de esta experiencia no se limita a la propia conducción, sino a lo que se te va quedando grabado en la retina a medida que te vas adentrando en los parajes más vírgenes de la laponia finlandesa.
Más o menos cuando llevábamos un par de horas haciendo rugir a semejantes fieras, hicimos una parada en una sábana helada, completamente salvaje y rebosante de nada que no fuese nieve, en la que el guía, un hombre cincuentón y con semblante campechano, nos indicaba cuál era nuestro destino. Ninguno nos podíamos creer que áquello fuese cierto por más que él insistía. En la lejanía, dónde alcanzaba nuestra vista, se podía divisar una montaña a cuya cima, desnuda, parecía no querer llegar ni los árboles, que iban desapareciendo a mitad de camino. Aproximadamente una hora después, nos vimos llegando allí, subiendo unas pendientes de vértigo y coronando una cima desde la que sentí unas sensaciones tan exóticas que no consigo encontrar palabras que las describan.
De allí nos fuímos a almorzar y nuestra sorpresa fue ver cómo un Chaman nos abría las puertas de su casa, situada en medio de cualquier lugar, y nos ponía por delante sendos platos de lo más parecido a puchero con lo que me he podido topar por aquí, con su carne despedazá y sus buenos cachos de papas. El mejor invento para entrar en calor junto con una chimenea de leña que, por supuesto, también nos acompañaba. De fondo, el sonido en directo de un tambor chamánico que nos iba envolviendo, uno a uno, para terminar fundiéndose lentamente con el chisporroteo de la leña que nos caldeaba al mismo son que la luz de las velas.
Durante la vuelta traté de memorizar cada instante, cada visual, cada encuadre, recordándolos una y otra vez. Íbamos de vuelta acompañados por un sol que, lentamente, iba perdiéndose por el horizonte bañando de una luz espectacular el paisaje que íbamos dejando tras nuestro paso.
Nada más llegar al apartamento nos dimos una merecida sauna. Del resto de la tarde-noche cabe destacar una leve aurora boreal verdusca que pudimos ver antes de entrar en el restaurante donde, nuevamente, nos dimos un nuevo homenaje. No se dejó ver demasiado pero allí nos vimos dando botes, saltos y brincos, esperando que áquello fuese a más. Pero fue a menos. Fue bonito mientras duró...
Al día siguiente fuímos a montarnos en trineos tirados por huskys siberianos y de Alaska: ¡menuda fuerza se gastan perrillos de tan pequeño tamaño! En cada trineo íbamos dos, el de detrás, de pie, es el que lo dirigía. En nuestro caso, yo iba sentada haciendo o, más bien, intentando hacer fotos y Dani llevaba el control o se suponía que lo llevaba. Lo cierto es que los huskys son los que verdaderamente dominan la situación, por lo menos, ante nuestra perfecta inexperiencia. El trayecto fue de unos 10 kilómetros y duró una media hora. Pues bien, sólo habían pasado 5 minutos cuando Dani se cayó dejando el trineo a la deriva conmigo, acojonada, dentro, sujetándome a todo lo que podía. Tranquilos, que no cunda el pánico, no hubo que lamentar daños. Además, esto sirvió para que Dani pudiese experimentar lo que se siente yendo de copiloto de una moto de nieve con un piloto altamente experimentado, ¡no hay mal que por bien no venga! :) Por supuesto, tras esta desaveniencia guardé la cámara de fotos, (¡más vale prevenir que curar!) no sin antes haber sacado alguna imagen que poder mostraros aquí y ahora.
Ya por la tarde, antes de coger el avión que nos pusiese rumbo a Helsinki, me fuí en busca de un río por el que habíamos pasado el día anterior con las motos. Y lo encontré. Espero que os embelese como lo hizo conmigo.
Pues nada, esto es lo que han dado de sí apenas dos días de inmersión en la Finlandia más auténtica. Espero haber sido capaz de acercaros un poquito a lo que huele aquéllo. A nosotros sólo nos faltó esquiar pero, ¡qué demonios, eso lo podemos hacer cualquier día!
Y yo no sé vosotros qué hareis, pero yo, a Laponia, vuelvo.
martes, 9 de marzo de 2010
domingo, 7 de marzo de 2010
Los primeros en llegar (1ª parte)
Estos últimos días han sido especiales, distintos. Han pasado por aquí los papis de Dani, en pleno invierno ¡cómo debe ser! Y como 9 días dan para muchos, divido la entrada en dos.
Ha habido un poco de todo: nieve, más nieve, agua/nieve, sol, frío, menos frío, hielo, deshielo, barrizal... Y nos ha ido pillando en Porvoo, Suommelina, Helsinki y hasta en Tallín.
Tengo mucho que agradecer por estos días pero, sobre todo, por disfrutar de la compañía de gente a la que quieres.
Ha habido anécdotas varias pero os cuento tres que me han resultado especialmente destacables:
En primer lugar, la de haber sido capaz de comprar las telas para tres juegos de cortinas tupidas que nos permitirán dormir placenteramente durante las largas noches con luz en verano. Creo que no habría sido capaz de hacerlo ni en Sevilla, visto el interrogatorio al que te ves sometida. En una esquina del ring nos encontramos con dependientas varias: raro ha sido encontrarme con una que hablase un inglés medianamente básico, vamos, como el que yo gasto. Eso si, he aprendido a decir tela, hilo, agujas y doble de ancho. Al otro lado, Conchi, la madre de Dani, dándome todo tipo de instrucciones sobre el cómo, el dónde y el qué comprar y sin la que habría sido imposible ganar este combate cuerpo a cuerpo (gracias!). Tanto ha sido así que al final creo que la traductora (yo) sobraba, entre ellas se entendían en un perfecto "finespanglish". Las telas las he dejado allí para que me pongan la cinta esa blanca en la que van enganchadas las argollas. Tengo que recogerlas el día 25 de marzo. Ya os contaré entonces si todo ha salido según lo previsto.
En segundo lugar, el gusto de ir a todos sitios con un fotógrafo, cómplice en esas paradas obligatorias para poder inmortalizar momentos indescriptibles. No todo el mundo es capaz de entender que para sacar una instantánea no tienen por qué ser suficientes un par de segundos (gracias!)
Y, por último, caminar por el mar: ¡esta vez de verdad, durante mucho tiempo y bien hacia dentro! Ellos coinciden con nosotros en que es una experiencia tan alucinante como arriesgada. Y, para los que se quedaron con las ganas de ver a la gente en bañador dándose un chapuzón entre sauna y sauna, éste es el momento.
Lo echarán de menos. Y nosotros a ellos.
Música: Aurora ;)
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