Desde hace una semana el frío ha llegado a Helsinki con muchísimas ganas y sin intención de irse de momento. Para hoy dan máximas de -12,8ºC y mínimas de -20,8ºC, ¿sabéis lo que es eso? Vamos, que los grajos no es que vuelen bajos, si no que se arrastran por el suelo. Decían que sería el invierno más duro del último siglo y, teniendo en cuenta que todavía no es ni diciembre, parece que vayan a tener razón. Y yo aquí, con la calefacción a tope pero los deditos heladicos mientras escribo. Porque la casa está razonablemente calentita pero es que este frío no es normal aquí, en el sur del país.
Es curioso que aquí no abusan nada, ni de la calefacción en invierno, ni de los aires acondicionados en verano. Obviamente no hay de esto último en las casas pero si en grandes almacenes y algunos establecimientos. Conviven con temperaturas muy moderadas y eso hace que no pase como en Sevilla, que vas a un centro comercial a comprar cualquier trapito un día de estos que están cayendo 40ºC a la sombra y llegas a casa sin vestido, con la cabeza como un bombo y con un resfriado de la muerte.
Aquí no suele pasar eso. Dentro de las casas en invierno se está perfectamente, pero estar en mangas cortas es exagerado. Pero supongo que estas temperaturas pillan por sorpresa a cualquiera y la calefacción, que normalmente nos mantiene perfectamente caldeados, ahora no da a abasto. Normal.
El caso es que el viernes, con este frío que no sé cómo explicaros, cogí el camino y me fuí con una amiga, Meritxell, a hacer turismo a Kotka, un pueblo a unas dos horas de Helsinki. Me monté en el tren a las 7 de la mañana y no puse el pié en casa hasta las 11 de la noche. En el tren comentábamos la suerte que teníamos de haber escogido ese día para ir, con el solito fuera, después de haber pasado en Helsinki unos cuantos de días de perros.
Resultó ser uno de los días en los que más frío he pasado desde que vivo aquí, teniendo también en cuenta que lo pasé entero fuera de casa en lugar de haberme quedado en el sofá, tapada con mi mantita. Quiero decir, ha hecho días de muchísimo frío en los que he preferido mirar la nieve desde la ventana.
Porque mira que me acordé veces de eso que piensas de los turistas cuando los ves por Sevilla a mediodía en pleno agosto, coloraos y sudando como cochinos: "pero chiquillo, ¿qué haces a estas horas dando vueltas por aquí?, ¡te va dar algo!" Y allí me veía yo, a -15ºC, con la cámara guardada en la funda, incapaz de hacer fotos por miedo a que comenzase mi congelación por los dedos de las manos y dando vueltas por un lugar que parecía no querer que estuviésemos allí.
Como buenas turistas, nada más llegar nos plantamos en la oficina de información de Kotka ¡a las 9 y pico de la mañana!. Ahí ya nos pusieron cara de "a ver qué hacéis aquí con lo bien que se está en la cama a esta hora y con este frío". Lo cierto es que la mujer fue muy amable con nosotros, teniendo en cuenta que nos tiró por tierra todos los planes que teníamos para hacer allí.
Lo primero fue decirnos que Kotka, en invierno, mejor que no. Casi todo está cerrado excepto el Museo Marítimo de Finlandia, del que solo el edificio ya merece la pena ver, y el Maretarium, que es como un Aquarium, pero sin el como. La mujer intentó convencernos de que valía la pena porque todos los peces y animales de allí son típicos en Finlandia. Pero no llegaron a quedarme del todo claros los motivos de su insistencia, ¿no hay nada más nada que ver allí o pretendía que no nos diese una hipotermia dando paseos parriba y pabajo?
Teníamos entendido que durante esa semana se celebraban conciertos de órgano en la Iglesia de Kotka. Nuestra sorpresa fue que, precisamente ese día, un viernes, hacían descanso. Los mercadillos navideños comenzaban al día siguiente y esa misma noche sobre las 21.00, hora a la que estaríamos montadas en el tren de vuelta, inauguraban con un concierto los eventos que se vendrán sucediendo durante la Navidad. Además, a pesar de que el día estaba despejado, la torre Haukkavuori, que al estar situada en una colina debe ofrecer unas vistas estupendas de la ciudad, estaba cerrada hasta el próximo verano. Definitivamente, elegimos un mal día.
Pero allí estábamos y algo teníamos que hacer. Así que fuímos a la Iglesia y pudimos oír algunos ensayos de los conciertos de los próximos días. Después fuímos hasta la torre que, efectivamente, estaba cerrada. Y finalmente, tras pasear y parar unas quinientas veces en cafeterías para entrar en calor, fuimos hasta el Museo Marítimo, situado tras las vías del tren, a orillas del puerto. Ese fue el único momento en el que me atreví a hacer alguna foto, más por vergüenza de no tener ninguna que mostrar aquí que por ganas de pasar frío, la verdad...
Una vez dentro, aprovechando que podíamos andar sin doble capa de guantes, chaquetón, gorro, bufanda y demás complementos que dificultan la labor de un fotógrafo, me decidí a sacar alguna que otra foto más, aunque tampoco esperéis gran cosa: ver ese museo en algo más de una hora ya era suficiente.
A pesar de lo que pueda parecer, pasé un día genial, sobre todo por la compañía. Meritxell hizo que aquella experiencia fuese divertida. Además, vivir un día de invierno tan intenso lejos de casa y experimentar cómo reacciona tu cuerpo ante tan bajas temperaturas, a pesar de estar tapada hasta los ojos, es algo curioso y, en ocasiones, hasta doloroso. Por otra parte, el pueblo es bonito y los sitios que nos quedaron por ver tienen pinta de ser interesantes, aunque tendré que volver cuando haga mejor tiempo y pueda hacer el resto de fotografías que me quedaron en el tintero.